La gratitud es uno de los valores que resaltamos en nuestro taller. Dentro de la gratitud está el secreto de nuestra existencia y una de las claves de la riqueza. No quiero ahondar más, puesto que deseo que lean es el artículo que refiero. Se los recomiendo. http://www.inspirulina.com/el-ejercicio-de-agradecer.html#.VHYjnsfW1Q0.email Somos expertos en pedir. Y muy mezquinos para agradecer. Aunque nos duela admitirlo, somos así. Nos acordamos de Dios en las malas. Pero pocos veces subimos la mirada al cielo para decirle “Gracias” por la salud, por el nuevo día, por la comida, por las oportunidades, por la familia, los amigos, el amor o porque tuvimos un buen día. A veces nos enfocamos tanto en lo que no tenemos, que hacemos que nuestros pensamientos giren sólo en torno a nuestras carencias. Y dejamos así de agradecer las bendiciones o las oportunidades que a cambio hemos recibido. Esa práctica puede llevar a hundirnos en un círculo de negatividad, que difícilmente nos hará sentirnos bien con nosotros mismos o con el entorno para ver con cabeza fría que sí tenemos mucho que agradecer, incluso hasta por aquello que no sale bien. Hace unas semanas, me dejé llevar por la nostalgia que implica estar lejos de tu tierra y empecé a cuestionarme hasta qué hago aquí. Sola, sin mi familia, mis amig@s, mi casa, mis plantas, mi Ávila, aprendiendo de cero todo, comenzando como si fuera una pasante, tratando de hacer amigos de nuevo después de “vieja”, etcétera, etcétera, etcétera. Así, estuve unos días lamentándome sin parar. Sin sentarme a pensar en las posibilidades que me daba estar en otro país. Me dispuse entonces a leer sobre algo que llaman “inteligencia migratoria”. Y eso me ayudó a entender que no soy la única que se ha sentido de esta manera, que incluso los expertos la califican como una fase que debe atravesar el inmigrante y que también pasará. Por un momento, no me sentí sola. Eso me llevo a tomar un lápiz para poner en papel los motivos que me llevaron a hacer maletas e irme de mi país. En esa terapia, me propuse que para evitar hundirme en la melancolía ejercitaría más el agradecimiento. Desde entonces, llevo un diario en Instagram donde subo una foto diaria (o varias) de algo que me haya motivado a decir: Gracias. Desde un amanecer, una cena, un concierto, la visita de algún amigo, un regalo o una imagen que me enviaron de mi país, las nuevas orquídeas que adornan mi hogar… A cada foto le pongo la fecha y llevo la cuenta día por día… Así poco a poco, mi lista se ha hecho larga. Y eso me ha ayudado a entender que hay mil motivos para agradecer, que aunque tenga sobre la espalda el fantasma de la nostalgia, debo ver más el presente y nutrirte de lo bueno. Al final, creo que agradecer es el verbo más noble y generoso. Por tanto, cualquiera sea el caso, siempre será más sanador decir GRACIAS, pase lo que pase.
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